Biografía y elogio de Elsa Maritza Cea Peña
Elsa Maritza Cea, hija de Raúl DeLeon y Francisca Peña Peña, es la segunda de cinco hermanos: Humberto Peña Delgado, Jaime Wilfredo Peña, Lorena del Carmen Peña Orellana Kelder, Moisés Noe «Chito» Peña. De niña en El Salvador, Maritza demostró un talento y una creatividad extraordinarios. Desde muy pequeña sintió pasión por la moda y solía confeccionar ropa para sus Barbies y las de su hermana con cualquier material que encontraba, incluido papel. Estaba claro que tenía un don especial para el diseño. Su trayectoria educativa comenzó en El Salvador, donde cursó la educación primaria en el Colegio Eucarístico Santa Luisa y la secundaria en el Instituto Nacional Francisco Menéndez. Simultáneamente, cursó estudios de costura en una academia local. Tras emigrar a Estados Unidos, amplió su formación en diseño de moda en Studio Seven, en Azusa (California), y más tarde en LA Trade Tech, en Los Ángeles. Además, estudió teología en el Instituto Bíblico de El Monte, California, y se licenció en teología por las Asambleas de Dios. Más tarde completó una maestría en la Universidad de El Monte, California. Maritza se convirtió en madre a temprana edad, dando la bienvenida a su primera hija, Dayana DeLeon Barrett, y después a su hijo, Carlitos DeLeon. Más tarde, se casó con José I. Cea, y juntos tuvieron dos hijos, Samuel E. Cea y Thamar A. Cea de Garza.
Desde muy joven, el Señor llamó a Maritza y a su esposo al Ministerio. Comenzaron a servir en la Iglesia del West Los Ángeles y más tarde pastorearon la Iglesia de Hawthorne bajo el liderazgo del Supervisor Gabriel Montijo Senior y el Supervisor de Distrito Rudy Balderrama. Maritza sirvió fielmente como esposa de pastor, cumpliendo varias funciones dentro de la iglesia. Fue la primera secretaria de INTECA, aun cuando el cargo no tenía salario, y sirvió como representante estatal de la Escuela Dominical. Desde el 2004, Maritza trabajo como líder del Ministerio de Damas en su Iglesia local, centrándose en las misiones y la construcción de templos junto a su esposo. Juntos construyeron iglesias en México (Chilapa), Nicaragua (La Cocoroca) y El Salvador (San Paulina, Jutiapa, Cabañas y Sacacoyo). También enviaron innumerables cajas y maletas llenas de recursos para la obra de Dios. El corazón de Maritza por las Misiones se extendió más allá de las iglesias que ayudó a construir. Ella apoyó la obra del evangelio en todo el mundo, desde la India hasta África y muchas otras naciones, siempre buscando apoyar y nutrir a la familia de Cristo dondequiera que se necesitara. La dedicación de Maritza a la obra del Señor nunca decayó, ni siquiera en sus últimos días. Hasta la Navidad de 2024, y antes de ser ingresada por última vez en el Hospital Martin Luther King Jr., Maritza seguía participando activamente en la recaudación de fondos para las misiones de la Iglesia. Creaba decoraciones y conjuntos para apoyar los esfuerzos de recaudación de fondos y enviaba cajas muy grandes llenas de ropa, comida y regalos para ayudar a la gente de El Salvador. Trabajó para la Iglesia y las misiones hasta el último minuto de su hermosa vida, demostrando un compromiso inquebrantable con su vocación y con las personas a las que servía.
Maritza no sólo fue una trabajadora incansable en su Ministerio, sino también una de las personas más amables y cariñosas que se puedan conocer. Su corazón estaba siempre abierto y su generosidad no tenía límites. Ella sirvió a su iglesia local en muchas capacidades, incluyendo en el ministerio de adoración, Orquesta Sinfónica, Ministerio de danza, Ministerio de Damas, los programas de desarrollo de talento y mucho más. Maritza fue precedida en la muerte por su amado hijo, Carlos, que se fue de este mundo demasiado pronto. También fue precedida en la muerte por su madre, María Francisca Peña, a quienes extrañaba profundamente.
A Maritza le sobreviven su esposo, José I. Cea, tres de sus queridos hijos y sus esposos: Dayana DeLeon Barrett, Samuel E. Cea y Thamar A. Cea de Garza. También le sobreviven cinco nietos, cuatro hermanos y una extensa familia. Maritza también deja una gran familia en Cristo, una familia espiritual que no se puede contar. Su influencia, guía y amor continuarán resonando en las vidas de aquellos que llevan adelante la fe que ella compartió con tanta pasión. El trabajo y la dedicación de Maritza al Reino de Dios han dejado una huella imborrable en los corazones de todos los que la conocieron. Su fe inquebrantable, su amor sin límites y su compromiso con el servicio siguen inspirando y desafiando a quienes siguen sus pasos. Hoy, al recordarla, Honramos una vida bien vivida, una vida que reflejaba el amor de Cristo en todo lo que hacía. Que nosotros también podamos vivir con la misma pasión, propósito y dedicación que Maritza demostró en sus años en esta tierra.
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